sábado, 10 de diciembre de 2011

Tarde de sábado

Salí de casa, sabía que iba a llegar un poquito más tarde que a y cuarto en punto. Pero tampoco quería llegar antes ya que no quería agobiarle, así que mi salida fue mas o menos perfecta pero no preparada. Cuando caminaba, sentía frío en las manos por lo que cerré los puños y resguardé mis manos en mi anorak, chispeaba pero llevaba mi gorro por lo que no me preocupé, caminé tan rápido que luego pude notar el calor que desprendía mi cuerpo, unos calores terribles, mucho me temía que mi cuerpo estaba a cuarenta grados pero eso era imposible, hubiese muerto de fiebre, que tonterías digo, a pesar de todo, todo fue estupendo, me sentía genial. Pero llegaba la hora, de despedirse hasta un par de días, a la rutina de echarle de menos.
En el cruce, en frente de la gasolinera, con la tenue iluminación de las farolas de la calle y los ruidos de los vehículos de la carretera. De noche, con frío. No quería que ese momento terminara, quería permanecer toda la noche junto a él, que digo toda la noche, siempre. Porque poco a poco como quién dice es mucho tiempo pero poco para nosotros como decimos, ya que nos queda un siempre juntos. Lo que decía que poco a poco se va haciendo un hueco en mi corazón, bueno un buen sitio con su inmensa habitación y todas sus comodidades porque no se va, se queda siempre en la habitación, no sale, nunca sale, ni en los momentos malos para abandonar, ni en los momentos buenos para irse de fiesta, nunca se va, se ha clavado aquí dentro como nadie ha hecho. Y reconozco que me encanta. Y reconozco que ya te estaba echando de menos antes de despedirnos.
Te quiero